Nieves Salobral Martín es doctoranda de Filosofía en UCM. Especialista en feminismos y género y en los últimos años, dedicada al amor romántico en relación con la economía feminista. Hoy conversamos con ella sobre la idealización del amor, el deseo romántico y lo que rodea en definitiva a la ética del amor. Esperamos que os guste.
Los sistemas de dominación hacen sus propias alianzas, ¿crees que la conexión entre patriarcado y capitalismo se vertebra con la relación entre economía y cuidados?
En nuestra historia de occidente la economía clásica ha invisibilizado la necesidad que tiene la existencia humana de organizar su sostenimiento, porque la vida humana no es autosuficiente, es interdependiente y ecodependiente. Hasta ahora los cuidados de la vida se han resuelto por las mujeres en los hogares en condiciones de explotación, porque por amor cuidamos y por amor nos autoexplotamos. Amamos por encima de nuestras propias necesidades, motivaciones e incluso, en ocasiones, por encima de nuestra salud.
Esta romantización del trabajo de cuidados le ha venido fenomenal al capitalismo, que ha dispuesto de un ejército de mujeres domesticadas por el amor y trabajando gratis por amor, y en muchos casos, trabajo esclavo en el empleo doméstico.
El deseo amoroso se ha usado como una manera de sometimiento, ¿hasta qué punto la industria cultural colabora en su difusión sustentándolo?
El patriarcado ya no coacciona a las mujeres con normas o mandatos explícitos para cuidar obligatoriamente, basta con domesticar el deseo amoroso feminizado a través de la producción cultural, la más comercial y la que no lo es tanto, ya sea en el cine, la música, las telenovelas, los ensayos o la literatura. Sus modelos feminizados conforman una subjetividad amorosa a la que aspirar para lograr el éxito social, y el marketing no explícito es: “¡consigue las mejores imágenes del amor verdadero!”. ¡Cuántas adolescentes, y no tan jóvenes, habrán suspirado con las imágenes de Grey, el de las 50 sombras! Muchas adolescentes lo hacían rememorando los movimientos a cámara lenta y detenida en la expresión afectiva de Edward, el vampiro de Crepúsculo, otras lo hicieron con el otro Edward, el de Pretty woman, o la famosa imagen con el pelo al viento de Titanic…

Cuando nos damos cuenta de que el deseo de romanticismo ha ido acompañando nuestra biografía conformando una ética del amor, ya la hemos hecho nuestra, de manera más o menos consciente, porque modula nuestra moral, se inscribe en nuestro cuerpo y, sin más formalismos, nuestra voluntad corporal responde amorosamente de manera automatizada. Acudes sin pensarlo si el novio te pide atención y reconocimiento, si tu criatura, o cualquier otra, llora o si tu madre te pide ayuda del tipo que sea. Pero también tu cuerpo responde con emociones ante esas imágenes del amor cuando lloras o te excitas viéndolas o leyéndolas. Entonces, quieres reproducir ese beso, te tiembla el cuerpo ante un posible encuentro amoroso y a veces, incluso, tu mismo cuerpo te pide salir corriendo y lo haces, sin saber porqué, pero lo haces.
¿Aprendemos a desear por medio del ideal del amor romántico?
La pesadilla de nuestra existencia es que el deseo, en este caso de amor, es un movimiento excéntrico que no tiene satisfacción, un agujero imposible de cerrar, solo quiere más y mejor y de manera desordenada, con el objeto de lograr esa imagen de la princesa prometida, el fin de la felicidad en el amor. En ese movimiento de posesión de la imagen repetimos el consumo de imágenes, a veces hasta el infinito y más allá, de la misma manera repetitiva que el “donjuanismo” pero del otro lado de la cama. Mientras que Don Juan consume enamoramientos: “[…] porque las ama con idéntico arrebato, y cada vez con todo su ser, tiene que repetir ese don y esa profundización1” (Camus, 1999, p.93), nuestra feminidad amorosa consume y desecha imaginarios sentimentaloides con la fuerza de todo nuestro cuerpo y nuestra voluntad en estrecha colaboración; anhelamos cumplir con las imágenes tórridas o de perfección en los cuidados con la misma ansiedad que cuando en la niñez coleccionabamos cromos.
Cuando el deseo no nos pertenece ¿cómo crees que los mandatos de género juegan en nuestra contra?
Mucho. Es más, desearemos en algún momento sentirnos dominadas por el sentimiento amoroso erótico y cuidador para alcanzar ese ideal de la escena más perfecta: el beso perfecto, la esposa más perfecta en su boda, la media naranja más complementaria durante el matrimonio, la madre más abnegada, la hija más diligente y bella con triple jornada, y nuestro agujero nunca alcanza la satisfacción. Pensamos que quizás no lo intentamos lo suficiente, o se cruzó otra persona y se llevó nuestra imagen de AMOR. Y si con el primer novio o esposo no logramos enamorarnos con la imagen del amor, será con el segundo, o con el tercero, repitiendo incluso amores tóxicos o maltratadores; pero encontraremos en alguna parte esa imagen de AMOR que nos está destinada, que sabrá apreciar el amor verdadero que todas llevamos dentro con nuestro álbum de imágenes de fidelidad, cariño eterno y disponibilidad exclusiva.
Esta imagen de amor romántico se ha sostenido precisamente en la legitimidad que aporta sentirlo en el cuerpo, que se vive como puro y verdadero; nos decimos que son sentimientos, no ideologías, son expresiones emocionales reales y prácticas de cuidados necesarias. Pero las feministas “nos cagaron la vida y las películas”, como dice una amiga, y se cargaron de un plumazo esa fantasía de sentimiento apasionado puro, para afirmar que el romanticismo amoroso atravesaba nuestros sentimientos como cualquier otro purito discurso:
«Un tipo de ideología cultural, el romanticismo, […] que incita a la búsqueda de la trascendencia, incluso de la felicidad, a través del amor, y se convierte así en la modernidad en un sustituto de la religión; que vincula la pasión a la tragedia y la muerte, y otorga el máximo valor a cualquier proceso amoroso que implique superar dificultades; que idealiza la relación e hipertrofia la parafernalia amorosa2.» (2011:44)
La idea del amor y cómo colocarlo en un plano más horizontal con respecto a nosotras mismas.
Las feminidades amorosas hemos adorado la imagen del dios del amor religiosamente, por encima de nuestras propias posibilidades corporales e identitarias, porque no es posible cumplir con ese astronómico ideal porque somos frágiles, vulnerables y fragmentadas como cualquier humano y no superwoman. Así como tampoco es posible desprenderse de esa identidad totalmente de la noche a la mañana y darnos la vuelta como si fuéramos un calcetín, abandonando por completo la “amorosidad” en cualquier esquina. La identidad nos da estabilidad y ni es posible ni recomendable exigirnos la revolución emocional, pero como mínimo hay que empezar por reflexionar cuando los estragos del amor nos tienen desbastadas. Los siguientes pasos los dejo abiertos a la creatividad.
Espero que a estas alturas de la entrevista hayamos encontrado un punto de humor crítico con el amor, e incluso hayamos percibido un poquito de amor humano y no divino.

¿Qué propuestas se te ocurren para desenmascarar toda esta manipulación del deseo?
La cuestión fundamental es realizar un trabajo individual y colectivo de análisis feminista crítico sobre la complicidad de toda esta producción romantizada de las necesidades materiales, de afecto y reconocimiento con el “heteroamorpatriarcal” y capitalista. Hacerlo en edades tempranas o adultas, porque nunca es tarde y en cualquier momento de la vida nos podemos parar a pensar sobre este “crimen” subjetivo que, por un lado invisibiliza la interdependencia humana y, por otro, la esconde en el ámbito privado de los hogares y en la exclusividad amorosa parejil y en la familia. Y en ese análisis colectivo y terapéutico individual, hay que dejar un hueco importante para que cada quien encuentre otras motivaciones amorosas colectivas y personales que desalojen ese único amor absolutista. Abrir las ventanas corporales a un poliamor no exclusivo de los afectos de las amistades, de los afectos políticos y sociales, y también profesionales, por qué no. Diversificar el deseo.
¿Qué herramientas personales crees que se pueden desarrollar?
La primera herramienta es el amor a una misma. Es todo un descubrimiento amarse a una misma, desear los espacios y momentos de soledad y autocuidado y liberar a lxs demás de tu amor abnegado. Con tus momentos más dependientes y menos, así es la cosa de la existencia.
Una segunda herramienta es identificar con más facilidad las relaciones eróticas y de amistades que empiezan o se inclinan en un momento dado hacia lo tóxico, maltratador, acosador y abusivo.
A saber, también, que el amor no se siente o se debe a uno sin más y ya, sino que se construye, se sitúa, se conflictúa, se debate, se limita y regula conjuntamente, como cualquier otra relación social, política o profesional, sobre todo para deconstruir las creencias amorosas.
Y una muy importante es identificar la felicidad y el humor en las cosas pequeñas e imperfectas de una misma, pero también en la felicidad imperfecta compartida con la gente, en la cooperación social. Y con ello te anclas más en la realidad cotidiana y macropolítica.
1 Camus, Albert (1999). El mito de Sísifo. Madrid: Alianza
2 Esteban, Mari Luz (2011). Crítica del pensamiento amoroso. Barcelona: Bellaterra
Las imagenes que acompañan esta entrada son obra de Erika Kuhn
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